Para dar cringe, todo lo que tienes que hacer es: intentarlo. Por alguna razón, aunque todos pasamos horas en internet y sabemos que los demás saben que requiere al menos un mínimo esfuerzo expresarse, tenemos una fantasía rara en la cabeza, una naturalidad anormal, un nonchalance o la apariencia de- La apariencia de que no nos importa, no es tan difícil, la cámara simplemente está ahí para nuestro reality show 24/7.
Ese lenguaje visual en realidad se lo podemos agradecer a distintas editoras (sí, editoras plural femenino) que se dedicaron a contarnos historias en el siglo XX de tal modo que no ves la edición. Parece un truco de magia, como tantas cosas del cine. Depende de que mires y pestañees lo suficiente para ver la parte de la historia que te quieren contar.
Entonces, nuestro ojo ya está acostumbrado a consumir las historias de un modo, y la “virtualidad”, que es simplemente la vida en otro medio, se desdibuja a tal punto que nada es real y a la vez todo lo es. Léelo de nuevo.
Pero para dar cringe alguien tiene que verte. Dar cringe en privado da igual, si no te muestras no hay cringe ¿Ese cringe lo sientes tú o lo siente la audiencia? ¿Quién es la audiencia real?
Hace no tanto tiempo escuché un audiolibro que se llama The Tools, en ese libro el autor habla, entre otras cosas, de una técnica de aceptación donde te imaginas en el escenario de un auditorio con toda la gente que conoces. Esto me hizo darme cuenta de varias cosas: primero, que uno sabe exactamente, con nombre y apellido quiénes te juzgan, y dos: que “la gente” no existe.
Es decir, existe tal, y cuál, y tú que dejas que te pese la opinión de gente que nunca te va a aceptar porque no se quieren a sí mismos. Entonces vamos reduciendo la audiencia real a la que le das cringe. Tal vez la población total de Cringetown es 3: tu frienemy, tu enemy y tú.
¿Pero cómo no darte cringe y que a la vez no te importe darlo o sentirlo? Creo que ayuda reconocer algo terrible, prácticamente un pecado en la post-postmodernidad, y es que: sentimos cringe porque… nos importa. Todo nos importa.
Sí, nos importa que nos traten mal, nos importa que nos dejen comentarios negativos, incluso nos incomoda que nos den comentarios positivos porque a veces que te pregunten “¿cómo va tu proyecto tal?”, se siente como si te soltaran de repente toda la presión de lo que podrías ser, pero no eres porque no te dejas ser pensando que te van a criticar, y así se perpetúa el ciclo por los siglos de los siglos, (recordando la voz de Tyler the creator en See you again) ugh!
Recapitulemos, nos da cringe porque tememos que nos juzguen por intentarlo. Y este es el problema real: No hay modo de lograrlo, lo que sea que quieras hacer, sin intentarlo.
¿Qué importa si tal y cuál, que no vamos a nombrar, se burlan de ti porque lo intentaste? Creo que solo el hecho de intentarlo te saca inmediatamente de la categoría de perdedor. Y los que insisten en pensar como perdedores no son tu audiencia ideal. Los perdedores no compran arte ni libros para ser transformados, los perdedores acumulan cosas para fingir superioridad moral, desde su pedestal imaginario donde nunca nada es suficiente, a menos que busque complacerle.
¿Y tú no quieres complacerle, cierto? Para dejar de complacer a esa persona, tienes que rebelarte y equivocarte, incluso, tienes que estar ok con decir una palabra incorrecta o verte “fea” o que nadie te entienda en este siglo o el siguiente.
A veces sirve tener una especie de antagonista sano, ya lo decía Elbert Hubbard: “There is only one way to avoid criticism: do nothing, say nothing, and be nothing.”
Tal vez la respuesta no está en fingir que nada te importa, tal vez la respuesta es acordarte de esa persona que cree que tú eres como él y no puedes hacerlo, porque no te atreverías a hacerlo y decirle: watch me, bitch :)
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Para escuchar la versión en Audio: